La identidad es la toma de conciencia de nuestro papel en la sociedad. Comienza a configurarse especialmente durante la adolescencia, período de búsqueda de un sentimiento de integridad personal que dé coherencia a decisiones y acciones conformando un estilo propio que nos defina y que sea reconocible por los demás, así como estable en el tiempo y las situaciones. En función de los factores de compromiso y de exploración o crisis, distinguimos cuatro tipos de identidad: lograda, moratoria, hipotecada y difusa. Por un lado, las personas con identidad de logro tienen compromiso y han pasado por una situación de crisis, por lo que son independientes y seguras, tienen mayor autoestima y autodirección, están satisfechas con su conducta presente y futura, enfrentan de forma directa los problemas y toman decisiones razonadas. Su nivel de ansiedad no es elevado. En segundo lugar, quienes tienen una identidad moratoria han pasado por una exploración personal, pero no tienen compromiso. Por ello, son reflexivas, sienten que dirigen su vida y tienen mayor autoestima, pero también se muestran inseguras, con opiniones inestables y ambivalentes. Por su parte, las personas con identidad hipotecada tienen compromiso, pero no han pasado por el período de crisis, por lo que son conformistas, convencionales, rígidas, dependientes y reservadas. También son menos ansiosas y tienen poca capacidad para adaptarse a nuevas situaciones. Por último, la identidad difusa es propia de individuos que no han pasado por una crisis ni tampoco tienen compromiso. Tienen poca autoestima, así como bajo autocontrol y autodirección.
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