Según estudios neurocientíficos, de la frecuencia e intensidad emocional con la que nos quejemos dependerá que nuestro cerebro sufra cambios significativos. Esto se debe a que durante esta condición de frustración e impotencia constantes, el cerebro libera hormonas como noradrenalina, cortisol y adrenalina que terminan por alterar el funcionamiento normal de este órgano.
Algunos científicos afirman, incluso, que estar expuestos de manera reiterativa a la queja, deteriora o elimina las conexiones neuronales presentes en el hipocampo de nuestro cerebro. Esa es precisamente la zona encargada de encontrar soluciones a los problemas que nos aquejan.
La insistencia en la queja es una forma de condicionarnos negativamente, que genera rechazo en los demás y termina por deteriorar nuestras relaciones familiares, de pareja o laborales. Es una condición de dependencia y por tanto de inmadurez y de pasividad frente a los problemas.
Podríamos pensar que quejarse es una especie de catarsis frente a las presiones y puede que por momentos cumpla con esta función. Sin embargo, la queja puede convertirse, sin que lo notemos, en una costumbre que repetimos como un círculo vicioso y que con el tiempo se tornará en la respuesta automática frente a las dificultades.
Las quejas no solo afectan las conexiones neuronales de la persona que se lamenta sino también de quienes están a su alrededor. De hecho, es probable que después de haber escuchado a un amigo quejarse durante varias horas, te sientas como si te hubiesen drenado, como si te hubieran robado la energía. Es probable que en ese momento también tengas una visión un poco más pesimista del mundo.
Esto se debe a que nuestro cerebro está programado para la empatía. Las neuronas espejo se encargan de que podamos experimentar las mismas sensaciones que la persona que tenemos delante, ya sea alegría, tristeza o ira. Nuestro cerebro intenta imaginar qué siente y piensa esa persona, para poder actuar en consecuencia y modular nuestro comportamiento.
En esos casos, la empatía se convierte en un arma de doble filo que blandimos contra nosotros mismos ya que cuando escuchamos a una persona lamentarse, en nuestro cerebro se liberarán los mismos neurotransmisores que en el suyo. De esta forma, terminamos siendo prisioneros de sus quejas.
Facebook:Natalia Barrera. Escuela Nefer
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