Los estudios de Cadena SER están en la octava planta de la Calle Gran Vía, 32. Hasta aquí ha subido María Peláe a pie, nada de ascensores: "No me caen bien, nos llevamos regular. Mi madre le tiene fobia a los ascensores y creo que es un miedo heredado. Sé que me lo tengo que mirar", ha explicado entre risas la artista.
Una vez ha recobrado el aliento, la conversación ha empezado recordando su infancia en Málaga, donde su madre, Susana, tenía una mercería: "Hoy en día entiendo más de sujetadores, bragas y fajas que de música. Se la talla de cualquier persona". Y lo sabe porque allí pasaba muchas tardes, sobre todo desde que su abuela murió y no tenía con quién quedarse después del colegio. Ella se llamaba Maruja y fue la persona que le dio el mejor consejo de su vida; el que ha tenido presente en cada una de las decisiones que ha tomado: "Siempre me decía que tuviese talento, pero entendido a su forma. No era un talento para cantar o tocar un instrumento, sino para decidir lo correcto y tomar buenas decisiones".
Ella no la vio triunfar como lo está haciendo ahora, ni siquiera sabe que es artista. Tampoco supo que quería ser médico ni que terminó estudiando trabajo social, pero estaría orgullosa, como cualquier abuela lo estaría, del trabajo que desempeñó con familiares y enfermos de alzhéimer: "Me di cuenta de que ellos eran más felices si yo fingía ser todo lo que pensaban que era. Había una señora que trabajó en un hospital y decía que yo era la de recepción de traumatología. Cuando se tenía que quedar a comer entraba un poco en colapso y yo le decía: 'Hay que ver, que nos han puesto más horas de trabajo hoy". Le ponía la comida en un táper y se venía conmigo a la zona de personal a comérselo pensando que ella estaba trabajando conmigo". Además, consciente de la importancia de la musicoterapia para ellos, también sacaba tiempo para cantarles: "Había una mujer que se llamaba María a la que le cantaba Ojos verdes porque le costaba mucho andar y, si lo

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