Al que da fruto hay que limpiarlo, para que su fruto sea más bueno; por eso es necesario que cada uno de nosotros aceptemos de corazón esta poda que el Señor realiza mediante su Palabra, mediante los sacramentos, la oración y la acción caritativa en la Iglesia y en la sociedad. Sólo así podremos dar frutos de vida eterna y nuestra vida será auténtica.
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