14. Decima Cuarta Hora De 6 a 7 Mañana - LAS 24 HORAS DE LA PASIÓN DE JESÚS - Luisa Picarreta - Jesús de nuevo ante Caifás y después es conducido a Pilato
Es importante destacar que estas horas de la Pasión de Jesús pueden ser rezadas y meditadas en cualquier momento del día. Aunque se presentan en una secuencia de 24 horas, no es necesario seguir un horario específico para participar en esta devoción. Puedes dedicar un momento de tu día a reflexionar sobre cada hora de la Pasión de acuerdo con tu disponibilidad y devoción personal. La flexibilidad temporal permite que esta experiencia espiritual se adapte a tu vida diaria, brindándote la oportunidad de profundizar en la contemplación de la Pasión de Cristo en cualquier momento que lo desees.
Adolorido Jesús mío, ya estás fuera de la prisión; estás tan agotado que a cada paso que das parece que te vas a caer. Quiero ponerme a tu lado para sostenerte cuando vea que estés a punto de caer. Pero veo que los soldados te presentan ante Caifás, y tú, ¡oh Jesús mío!, apareces de nuevo en medio a ellos cual sol radiante y aunque estás tan desfigurado, tu luz se difunde por doquier. Caifás se regocija al verte tan malamente reducido, y al ver el reflejo de tu luz se ciega aún más y lleno de cólera te pregunta de nuevo:
¿Así que tú eres verdaderamente el Hijo de Dios?
Y tú, Amor mío, con majestad suprema, con tu voz llena de gracia y tu habitual acento dulce y conmovedor, capaz de cautivar los corazones de todos, respondes:
Sí, yo soy el verdadero Hijo de Dios.
Y ellos, a pesar de que sienten en sí mismos toda la fuerza de tu palabra, sofocando todo y sin querer saber más, a una sola voz, gritan todos:
¡Es reo de muerte, es reo de muerte!.
Caifás confirma la sentencia de muerte y te envía a Pilato, y tú, condenado Jesús mío, aceptas esta sentencia con tanto amor y resignación, que parece que se la arrebatas al inicuo pontífice, y de este modo reparas todos los pecados hechos deliberadamente y con toda malicia, y por todos aquellos que en vez de afligirse por el mal, se alegran y gozan del pecado, y esto los lleva a la ceguera y a sofocar en ellos toda luz y gracia.
Vida mía, tus reparaciones y tus oraciones hacen eco en mi corazón y yo reparo y ruego unido a ti.
Dulce Amor mío, veo que los soldados, habiendo perdido la poca estima que les quedaba de ti, al verte condenado a muerte, te agarran y te ponen más cuerdas y más cadenas, te sujetan tan fuertemente que casi le impiden todo movimiento a tu divina persona, y empujándote y arrastrándote te sacan del palacio de Caifás. Te espera la multitud del pueblo, mas nadie para defenderte; y tú, Divino Sol mío, sales en medio de ellos queriendo envolverlos a todos con tu luz.
Al dar los primeros pasos, queriendo encerrar en los tuyos todos los pasos de las criaturas, suplicas y reparas por quienes usan sus primeros pasos para obrar con malos fines: unos para vengarse, otros para matar, para traicionar, para robar y para tantas otras cosas. ¡Oh, cómo te hieren el Corazón con todas estas ofensas! Y para impedir tanto mal, oras, reparas y te ofreces todo tú mismo.
Pero mientras te sigo, veo que tú, Sol mío, Jesús, apenas empiezas a bajar las escaleras del palacio de Caifás, te encuentras con María Santísima, nuestra hermosa y dulce Madre. Tu mirada se encuentra con la suya, se hieren el uno al otro y, aunque al verse hallan alivio, nacen de ahí nuevos dolores: en ti, al ver a tu dulce Madre traspasada, pálida y de luto; y en tu querida Madre, al verte a ti, Sol Divino, eclipsado, cubierto de ultrajes, llorando y en un mar de sangre. Pero no pueden disfrutar por mucho ese intercambio de miradas y sin embargo, sólo con el dolor de no poderse decir ni siquiera una sola palabra, sus Corazones se dicen todo, y fundidos el uno en el otro dejan de mirarse porque los soldados te empujan; y así,
pisoteado y arrastrado, te hacen llegar a Pilato.
Jesús mío, me uno a mi traspasada Madre para seguirte y para fundirme junto con ella en ti y tú dirigiéndome una mirada de amor, me bendices.
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