Fueron 165 minutos eternos, en los que nunca dejaron de apuntarme a la cabeza. El mayor de los dos delincuentes dijo tener 18 años. Se llamaba Axel y estaba asustado. El más chico se identificó como Gabriel y me contó que el viernes último se había escapado de un centro de rehabilitación de adictos. Robaba para comprar cocaína. Me dijeron que ya tenían una muerte encima y no les importaba cargar con otra. El relato, estremecedor, pertenece a Marina Manzione que, junto con su familia, fue tomada como rehén por dos jóvenes delincuentes que irrumpieron en su casa de Victoria para asaltarlos. La dramática experiencia vivida comenzó a las 23, cuando ladrones se presentaron, a punta de pistola, en la vivienda situada en Kennedy al 1000, de Victoria, y terminó luego de más de dos horas de negociaciones, cuando los malvivientes se entregaron a la policía, ante la mirada de un juez y seguidos por las cámaras de televisión. María, viuda de Manzione, ama de casa, de 50 años, se había ido a dormir. Apenas 10 minutos más tarde su hijo Javier, de 27, llegó a bordo de su auto.
El muchacho no advirtió, al abrir la puerta del garaje, que los ladrones, de 17 y 18, lo esperaban ocultos entre las sombras.
Entonces lo encañonaron y lo obligaron a entrar en la casa. Sin saber lo que sucedía, Marina, su hermana de 28 , llegó con su novio Carlos. Fueron encañonados apenas transpusieron la puerta.
Los asaltantes despertaron a los gritos a la madre, que dormía en una de las habitaciones del primer piso. Después hicieron lo mismo con Federico, el menor de la familia. Según la versión de la policía, los obligaron a entregar el dinero en efectivo que tenían en los bolsillos, toda la ropa nueva y las alhajas.Los delincuentes encerraron en el baño de la planta alta a María Victoria con los tres varones ;A Marina la bajaron a los empujones, mientras metían las cosas dentro de unos bolsos .Mientras planeaban la huida, una vecina que advirtió movimientos extraños llamó a la policía. En pocos minutos, 40 efectivos rodearon la manzana.Desde el baño escuchamos cómo la policía negociaba. Rezamos todo el tiempo. Dios siempre estuvo con nosotros en las situaciones límite. Además, sabíamos que mi esposo nos iba a ayudar desde el cielo, contó María Victoria. Pero el asalto no concluyó tan fácilmente. Aún transcurriría más de una hora de discusiones. Mientras le apuntaban a Marina en la cabeza con un pistolón y con un revólver calibre 22, los dos asaltantes exigieron: Que venga la televisión y un juez. Si no, la matamos a ella y a todos los demás;.Según cuenta Marina, la situación se volvió complicada;Mientras esperaban a los medios y al juez, los delincuentes se pusieron a tomar whisky;, relató la muchacha. Luego de más de dos horas de negociaciones, tras solicitar al fiscal Claudio Ferrari que fueran encarcelados juntos, los ladrones arrojaron las dos armas y se entregaron. Para los Manzione era el fin de una pesadilla.
Mientras esperaban a los medios y al juez, los delincuentes se pusieron a tomar whisky;, relató Marina Manzione. ;Me hacían asomar por la ventana. Al principio no me dejaban ni hablar ni mirarlos a la cara:;Te vamos a matar!, me gritaban. Cuando vino la policía se pelearon entre ellos. No sabían qué hacer;, dijo la muchacha.Y agregó:;Me hacían gritar a la policía todo el tiempo para que las cámaras se acercaran. Sabían bien que con alcohol en la sangre la pena disminuye. No estaban drogados, pero repetían todo el tiempo: ¡Qué lástima que no trajimos merca! ; Mientras los policías subían a los delincuentes en el patrullero, como si fuera algo natural, uno de ellos miró a la cámara y dijo entre risas: ;Perdón viejo, tenía que hacerlo!;.;Vení a verme a la cárcel;, le suplicó el más joven de los dos asaltantes a la chica que estuvo a punto de matar minutos antes.
;Aguanten los pibes chorros y el Oreja, que es mi compañero;, dijo ante las cámaras de televisión el otro delincuente.;El más chico, el de 17, se sabía los nombres de todos los jueces de San Isidro y detalles como que si tomaba alcohol o estaba drogado podía atenuar su pena;, relató Marina.;El más chico era el más atrevido -recordó Manzione- hacía malabares con el arma y me dijo que estuvo en el Roca, (un instituto de menores) y lamentó no tener cocaína. Quería consumirla en mi casa para entregarse drogado.
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