Colgado de una escala de cuerda de bambú a 90 metros del suelo, Mauli Dhan inspecciona la pared de granito por la que tiene que trepar para alcanzar su objetivo: una palpitante masa de miles de abejas gigantes del Himalaya que tapizan una colmena de casi dos metros de longitud y forma de media luna, suspendida bajo un saliente rocoso. Las abejas atesoran un fluido pegajoso y rojizo conocido como la miel de la locura, un dulce manjar con propiedades alucinógenas que se vende en los mercados negros de Asia a precios que alcanzan entre 25 y 35 euros el kilo, unas seis veces más que la miel nepalí normal.
Las abejas del Himalaya producen diversos tipos de miel dependiendo de la estación del año y de la altitud a la que crezcan las flores cuyo néctar ingieren. Los efectos psicotrópicos de la miel de primavera se deben a las toxinas de las flores de los gigantescos rododendros, que florecen entre marzo y abril en las laderas orientadas al norte del valle del Hongu. La etnia
kulung, que habita en el este de Nepal, lleva siglos aprovechando la miel como jarabe para la tos y como antiséptico, mientras que la cera acaba en los talleres de Katmandú, donde se utiliza para hacer los moldes de las estatuas de bronce de dioses y diosas.
Para Mauli, recolectar miel es la única manera de conseguir el dinero que le hace falta para comprar los pocos artículos de primera necesidad que no puede producir por sí mismo, como la sal o el aceite para cocinar. Pero independientemente de la importancia que tiene ese dinero para él y para otros vecinos de su aldea, Mauli cree que ha llegado el momento de dejarlo. Con 57 años, ya es demasiado viejo para seguir con esta peligrosa recolección estacional. Los brazos se le cansan con el balanceo de la escala. Las abejas zumban a su alrededor y le pican en la cara, el cuello, las manos, los pies descalzos y a través de la ropa.
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