Sostiene que la vida no le ha tratado mal. Y salta a la vista. Ha logrado lo que millones de egipcios ansían pero no conseguirían ni aunque vivieran cientos de años: reside en una exclusiva urbanización del extrarradio cairota, blindada por la seguridad con avenidas amplias y ajardinadas, y tiene una fecunda descendencia. Cuatro chicos y una chica que le adoran y sueñan incluso con emular su gesta.
Gamal Al Ghandour, con la figura visiblemente más rolliza tras una larga década lejos de los terrenos de juego, no ha olvidado el 21 de junio de 2002, de aciago recuerdo para la Roja. «Cada año en la prensa española desempolváis la misma polémica. Seguir hablando de Al Ghandour 13 años después de aquello es demasiado », dice a Crónica en el jardín de su chalé. Enfrente, sentado en un sillón de cañas, el árbitro egipcio al que muchos acusan de que la España de José Antonio Camacho se estrellara -fiel a su desdicha- en los cuartos de final del Mundial de Corea del Sur de 2002 contra el combinado anfitrión. El protagonista arrastra con paciente deportividad la cruz de haber anulado dos goles válidos y rechaza el sambenito de quienes desde Italia y España le involucran en un supuesto amaño del partido.
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