APRECIAR NUESTRO LADO BUENO
En ocasiones resulta más difícil ver lo bueno de nosotros que lo malo. Para aquellos que no deseamos parecer engreídos, el mero hecho de pensar en nuestros rasgos positivos puede incomodarnos. Por esta razón, a muchas personas les cuesta aceptar los cumplidos. Seguro que conoces a alguna.
«¡Mary, qué guapa estás! Me encanta tu blusa.» «Ah, gracias, pero le quedaría mejor a una mujer que no estuviese tan plana como yo.» Las alabanzas pueden hacernos sentir avergonzados, y muchas veces no sabemos cómo responder sin timidez.
Los elogios sientan mucho mejor que los insultos, por supuesto, pero ¿cuántos de nosotros nos los tomamos en serio, los hacemos nuestros, los disfrutamos? Por muy variadas razones, sentirse positivo con uno mismo resulta más complicado de lo que parece. Y la mayoría de las veces es debido al miedo.
Una versión de ese miedo consiste en imponerse unas expectativas demasiado altas. Minimizar nuestros puntos buenos significa que podemos sorprender gratamente a los demás en lugar de decepcionarles. Si marcas el gol de la victoria en el partido semanal con tu equipo después de lamentar repetidamente lo mal que juegas, es muy probable que recibas alabanzas de tus compañeros. «¡No sabía que jugases así! ¡Bien hecho!» Si fallas ese chute crucial al final del partido, es muy probable que recibas empatía: «Bueno, al menos lo has intentado». Parecer orgulloso y seguro de tus habilidades, por otro lado, te expone a los ataques cuando las cosas salen mal: «Eh, creía que habías dicho que eras uno de los mejores jugadores en la facultad. ¿Cuál era, la universidad de los inútiles sin coordinación?».
También nos da miedo abrirnos. Si tenemos la costumbre de «encogernos», el reconocimiento de nuestras cualidades positivas nos resultará extraño. Nuestro sentido del yo podría estar tan impregnado de sentimientos de ineptitud que nos aterra vernos como personas valiosas. Irónicamente, podemos vivir esa sensación como una especie de muerte, y por tanto nuestro sentido negativo del yo lucha por sobrevivir.
El temor a eclipsar a los demás es otro obstáculo. Sin duda, vivimos en una cultura competitiva en la que necesitamos creernos especiales y por encima de la media para sentirnos bien con nosotros mismos. Pero la cima es solitaria. Una parte de nuestra psique reconoce que el ascenso hacia la superioridad también es un descenso hacia el aislamiento. Aunque queremos tener una autoestima alta, conocemos por intuición sus inconvenientes potenciales (sentirse separado y desconectado de los demás). Si reconozco mi grandeza, ¿significa que soy mejor que tú, y que
por ese motivo ya no podemos relacionarnos como iguales? El modo bipolar en que ansiamos y tememos la autoestima alta hace que resulte difícil estar cómodos en nuestra piel.
Thomas, contable en una empresa de tecnología, se sentía extremadamente incómodo cada vez que recibía un elogio. Si le dedicaban un cumplido por su rendimiento en el trabajo, por ejemplo, se limitaba a responder con un «Gracias» por pura educación, pero inmediatamente cambiaba de tema. Se sentía como un pez fuera del agua y casi mareado cada vez que un foco de positivismo le apuntaba. No había tenido modelos para aprender a aceptar cumplidos o para disfrutar del calor de una alabanza. Le aterraba la idea de convertirse en alguien como su jefe, un tipo astuto y cabezón que fumaba puros y pensaba que era el no va más. Odiaba la arrogancia de su jefe y le horrorizaba llegar a parecerse a él.
Existe una razón por la que siempre apoyamos al héroe modesto y retraído de las películas en lugar de a su antagonista arrogante y descarado. A nadie le gustan los narcisistas (excepto a los narcisistas). Si reconocemos nuestros rasgos positivos y nos deleitamos en ellos, ¿no significa que somos egoístas? Y los egoístas no son dignos de ser amados, ¿verdad? Es algo parecido a un callejón sin salida. Si admitimos las cosas buenas sobre nosotros mismos, tiene que significar que somos malos, así que nos centramos en lo malo para sentirnos bien. ¿No es absurdo? Pero todos lo hacemos.
Por tanto, ¿cómo celebrar nuestras cualidades admirables sin caer en la trampa del egoísmo? Creo que la respuesta sigue siendo la compasión hacia uno mismo, aunque de otro tipo. Me gusta llamarlo «aprecio por uno mismo». Cuando somos capaces de disfrutar de nuestras virtudes, reconociendo que todas las personas tenemos puntos fuertes y débiles, nos permitimos deleitarnos en nuestras bondades sin despertar sentimientos de arrogancia, superioridad o exceso de confianza. William James escribió que «el principio más profundo de la naturaleza humana es el anhelo de ser apreciado». Por suerte, podemos satisfacer nuestra necesidad profunda de ser apreciados sin depender de la aprobación de los demás. Podemos
reconocer nuestra propia belleza. Y no porque seamos mejores que los demás, sino porque somos seres humanos que expresan el lado bello de la naturaleza humana.
![](https://s2.save4k.ru/pic/Lv4JnrmlFDk/maxresdefault.jpg)