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Otto Dix es uno de esos artistas que fueron a la guerra. Eso no es baladí porque no es lo mismo leer a qué huele en la guerra, que oler la guerra; o leer cómo es dormir en una trinchera, que dormir en una trinchera.
El alemán Otto Dix tomó parte de la Primera Guerra Mundial —fue soldado raso— y supo de primera mano, tomando la imagen que describe el escritor Arturo Pérez Reverte en su Territorio comanche en referencia al conflicto bosnio, que en la guerra siempre se pisan cristales rotos.
“Pues bien”, empieza la historiadora del arte Sara Rubayo, “Dix utilizó la pintura para purgar su alma”. En ella refleja el gran abanico de contrastes propia de la época de entreguerras. Músicos, jazz, prostitutas, tullidos, redención, jaleo, ‘héroes’ de guerra. Las comillas de la palabra ‘héroes’ son importantes.
Para los soldados, la vuelta a casa no es, en la mayoría de los casos, como esperaban. Son dados de lado y tratados como un residuo de la guerra, una especie de ventana al pasado incómoda y dolorosa. “En el cuadro”, continúa Rubayo, “aparecen muy bien representadas esas figuras.
Los vemos sin piernas, ciegos, tirados en el suelo y pidiendo limosna”. El resto de los personajes pasan por encima suyo. Tratan de divertirse. Se van de fiesta.
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