Canal Bartimeo
Descubriendo la importancia de llevar una vida cristiana
La humildad
El humilde reconoce que ha recibido de Dios todo lo que posee, y la misma capacidad de poseer; y eso le llena de alegría: ¿qué tienes que no hayas recibido? Y, si lo has recibido, ¿a qué gloriarte como si no lo hubieras recibido?
La persona humilde no niega que haya en su vida frutos, incluso muchos y buenos frutos; pero a la vez sabe que esas maravillas que él y los demás pueden apreciar se deben a Dios; procura vaciarse de sí mismo para colmarse de los tesoros de Dios. Ser conscientes de que se nos han otorgado tantos dones lleva a dar continuas gracias al Señor y a sentir un profundo gozo. Estas tres virtudes, humildad, gratitud y alegría, están íntimamente unidas.
Dibujamos mentalmente a las personas humildes con rasgos de debilidad, inseguridad y temor; gentes relegadas, vergonzosas, sin prestigio ni brillo. Pero este dibujo es, más bien, una caricatura: la humildad de la Virgen no fue así, la del Señor, tampoco, ni la de los santos.
Muy distinta es la enseñanza de Jesús: los reyes de las naciones las dominan, y los que tienen potestad reciben el nombre de bienhechores. Pero vosotros no seáis así, sino que el mayor entre vosotros sea como el menor, y el que manda, como quien sirve [388]. Jesús descubre uno de los grandes secretos de la vida: la felicidad está en darse a los demás. Servir es reinar.
La humildad verdadera es sencillez, veracidad, comprensión, amabilidad, confianza, benevolencia, desprendimiento, elegancia, generosidad, gratitud, mansedumbre, piedad, respeto, solidaridad. Un conjunto de virtudes que se ejercen sin alarde ni altivez, sino con la autenticidad de quien se sabe querido por Dios como si fuera un hijo único. Se trata de vivir entre los hombres como quien sirve, aunque se cuente con grandes bienes o una alta posición social o política.
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