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En todas las batallas, aparte de los cadáveres y los heridos, que quedan tendidos en el campo, en el aire también flotan el dolor, el miedo y la angustia que, como un remanente, permanecen en el tiempo y se manifiestan, de tanto en tanto, en forma de gritos, quejidos, ayes, estampidas de caballos, estruendo de cañones y en muchos oportunidades presencias fantasmales.

Ese ha sido el caso de los “Guerreros Fantasmas” de los Campos Catalaúnicos, que en el año 451, se levantaron de sus cuerpos inertes y en el mismo campo de batalla reforzaron a sus compañeros vivos, para infligir su primera y única derrota a las temidas huestes de Atila, a quien llamaban el “Azote de Dios”.

Este fenómeno que ha sido analizado exhaustivamente y del que existen registros de testigos confiables, es tema obligado en los círculos de la parapsicología, cuyos especialistas exponen todo tipo de teorías que van desde la superstición y la charlatanería hasta hipótesis serias que involucran portales dimensionales y como no, la física cuántica.

De una u otra forma, la recurrencia de estos eventos, no deja dudas sobre su verosimilitud y por lo tanto su tratamiento va más allá de la credulidad ramplona y del escepticismo a ultranza que no transige más que con sus fundamentos dogmáticos.

Aunque uno y otro bando tienen sus propios puntos de vista, es necesario que se abra el panorama hacia la discusión libre para poder entender, por qué los muertos -cuando se les requiere-, pueden ser los guardianes que los vivos necesitan.

¿Y…lógico?

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