"Nos vamos a la calle mi mujer embarazada y yo porque nadie nos ha querido alquilar", se lamentaba uno de ellos.

Así comenzaba la noticia que ElPaís emitió acerca del desalojo ocurrido hace más de 10 años en la ciudad de Granada. En el frío mes de noviembre echaron a 11 familias de sus hogares, junto con niños y ancianos con problemas de salud.
En toda la provincia de Granada no alojaron más que a una de éstas familias, dejando al resto en el más absoluto abandono, ante lo cual, organizaron una acampada frente al ayuntamiento exigiendo una solución digna.
Aquella mujer sufrió un aborto durante la protesta, fruto del frío y del estrés al que se vieron sometidos.

Ésta navidad se repitió la barbarie, echando de sus hogares a más de 40 personas, sin más alternativa dada desde el ayuntamiento que la de romper las familias diseminando a padres e hijos por la ciudad en albergues.

No nos equivoquemos, éstas familias no fueron alojadas porque son gitanas migradas de rumanía, personas que siguen hablando con orgullo la lengua que nos fue arrancada y vistiendo nuestras ropas ancestrales. Están pagando el duro precio de resistir a la integración y no ser sometidos a un proceso de aculturación como el que los kalós españoles sufrimos. Su indignidad es la nuestra, Phralipe.



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