En la corona de la centolla se puede contemplar el paraíso. Cuando el viento sopla de norte las distancias se acortan y casi se pueden rozar con el alma los suspiros de una princesa mora que al horizonte sueña.
Era una mañana de domingo de finales de Octubre y soplaba moderado el poniente, lo que también aclaraba el pasaje.
Parecía el fulgor de dos faroles encendidos, cuando miré sus ojos verdes como acebuchinas, una luz cristalina se coló por mi boca, arañando la tristeza contenida en mis adentros desde hace más de una década. Igual que si fueran pétalos se abrió la flor de sus labios y un dulce sabor a arándanos me envolvió en una explosión dulce que convirtió su rostro en el de una sirena. Divertida, igual que una araña venenosa se regocija sabedora de que su presa ha caído en la trampa tegida. Maligna sonrisa que me enamora, barco con las velas ocres que deja una estela de sangre y que surcando la melancolía se pierde en el horizonte grisáceo y en la lejanía. Gracioso volar de golondrinas que aprovechan las corrientes del cielo, para colorear la bahía con sus pinceles de viento, haciendo tirabuzones en el aire como si fueran barquillos de caramelo.
Dudé, al acariciar su cara tan morena sentí un escalofrío que marcó el rumbo de la consciencia y asustado creí verla a ella. De repente, era mi primer amor la mujer que me besaba, sus rasgados ojos orientales me miraban con sorpresa y me dejé arrastrar hasta las gitanillas de su azotea. Ella leyó mi miedo y sintió cómo mis labios temblaban. Corazón calado en el pasado con sensaciones varadas jamás olvidadas. La comparé con el estrecho y con la marea que se la lleva hasta los confines de la Tierra, subida en una barca de cañas y adornada con algas de colores y conchas blancas.
Entonces la soledad agarra con sus manos mis cabellos para llenar de vacío las raíces de mis sueños. Debajo, en la escollera de la isla de La Paloma, una gaviota se ríe con una carcajada funesta y entre sus garras afiladas asoman las tripas colgando de una lisa muerta.
Pero ella se fue con la corriente y empujada por la brisa se disipó su estela, surcando mares lejanos de plata y de timón las serpientes brillantes de sus negras trenzas negras.
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