Mientras Alejandro Magno se encontraba en las montañas, en un destello de osadía y codicia, unos ladrones se atrevieron a irrumpir en el establo real. Entre los caballos que robaron, se llevaron al más valioso: el caballo de Alejandro Magno, Bucéfalo.
Cuando el gran conquistador se enteró, no tardó en levantar su voz con furia.
“O me devuelven mi caballo, o arrasaré toda la región hasta encontrarlo.”
La amenaza recorrió cada rincón del territorio. Turbados por la feroz determinación de Alejandro, los ladrones, no tuvieron más opción que obedecer y devolver a Bucéfalo personalmente.
Ahora su destino quedaba en manos del héroe que lo había amado y montado con destreza.
En un acto que desafió las expectativas, Alejandro Magno se alegró tanto de volver a ver a su caballo, que no buscó venganza ni castigo.
Al contrario, extendió su mano en una muestra de generosidad sin igual. Los ladrones, quienes habían sucumbido a la tentación, recibieron una recompensa inesperada.
Este gesto reveló el espíritu noble y magnánimo de Alejandro, trascendiendo las fronteras de la justicia común. El corcel indomable, Bucéfalo, volvió a los brazos de su fiel compañero, y los ladrones, humillados por sus propios actos, encontraron en la bondad de Alejandro una segunda oportunidad.
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