Durante la Segunda Guerra Mundial, una de las experiencias más terroríficas para los Aliados era navegar por el Atlántico. Debajo de las aguas aparentemente tranquilas del océano acechaban los temibles submarinos alemanes, siempre dispuestos a darle caza a los barcos enemigos. De esta manera, un navío que se confiara demasiado y no tomara precauciones, podía encontrarse con que, de un momento al otro, un torpedo impactaba contra su casco, provocándole un daño irreparable y causando su hundimiento.
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