Scarface. El hombre más temido de Chicago, forjó su fortuna al margen de la ley y sembró las aceras de cadáveres. Frank Harris fue el hombre que tuvo el valor de enfrentarse a él y meterle en la cárcel
Con la detención del «zar del vicio y el crimen» Alphonse Gabriel Capone (1899-1947), apodado Scarface –en castellano, «cara cortada», por la cicatriz imborrable de su rostro tras un tajo de navaja–, la realidad supera con creces a la ficción llevada a la gran pantalla por el cineasta Brian de Palma con su frenética cinta «Los intocables», en 1987. Siempre me ha sobrecogido el minucioso relato del hombre que en última instancia hizo posible su detención: Frank Ha-rris, agente del IRS, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos. Convertido luego en jefe de la policía secreta de su país entre 1937 y 1946, Harris contó a su sucesor en el cargo, Howard Whitman, cómo lograron atrapar a Capone los «intocables» de Eliot Ness (1903-1957).
Al Capone llegó a estar en boca de todo el mundo. Su terrible currículo de gánster provocaba aspavientos en los rostros de los ciudadanos. Se comentaba que cobraba un porcentaje por cada caja de whisky que entraba en Chicago, en plena vigencia de la «Ley Seca»; que explotaba centenares de tabernas de alcohol clandestinas y de garitos de apuestas hípicas, lupanares, fábricas de cerveza... Todo aquello que oliese a corrupción.
Un fastuoso tren de vida
El propio Frank Harris recordaba que el mayor delincuente de la historia reciente de su país tampoco se recataba en alardear de su fastuoso tren de vida: era dueño de un palacio en Florida y derrochaba mil dólares semanales reuniendo a sus aduladores en pantagruélicos banquetes; se paseaba en limusinas de dieciséis cilindros; dormía con pijamas de seda de cincuenta dólares, y encargaba de golpe a su sastre quin-ce trajes a cuadros, a casi ciento cincuenta dólares cada uno, en cuyos pantalones lucía cinturones con hebillas de diamantes.
¿Cómo podían los «intocables», con tan escasas fuerzas, hacer frente al ejército de setecientos hombres que protegían día y noche a su corrupto jefe, provistos de armas automáticas y de vehículos blindados, que para colmo sembraban las calles de Chicago de unos cincuenta cadáveres al año?
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