Entrar en el Palacio de la Bolsa es como viajar al pasado. Por momentos parece posible cruzarse con uno de esos antiguos agentes de cambio y bolsa, efundudado en un elegante traje cruzado y envuelto en una densa nube de humo, mientras consulta con impaciencia su vieoj reloj de bolsillo. Dentro de estas paredes el tiempo valía su peso en oro, casi literalmente.
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