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Me llamo Laura. Tengo 29 años y soy ama de casa. Hace poco me casé con un hombre llamado David, que tiene 33 años, cuatro más que yo. Al principio, me pareció maduro y tranquilo, como un hombre mayor, sobre todo porque hablaba a menudo de su madre. Pensé que era un buen hombre que se preocupaba por su familia. Pero después de casarnos, vi la verdadera personalidad de mi marido el día de nuestra boda. Mi suegra fue muy amable conmigo y pensé que tendríamos un matrimonio feliz.
Después de casarnos, mi marido propuso que viviéramos con su madre porque su padre había fallecido hacía unos años. Dijo que quería cuidar de su madre. Yo confiaba en mi suegra, así que acepté irme a vivir con ella. Pero todo cambió en cuanto nos casamos. Empezaron a decirme cosas como: date prisa, Laura, tráeme té y limpia rápido el baño y el retrete. Mi suegra me gritaba y me daba órdenes de ese tipo. Quizá quería asustarme, o quizá era por su edad. Me llamaba a gritos y me obligaba a hacer todo tipo de tareas.
