Autor: Felipe Pinglo Alva.
Los Embajadores Criollos: Rómulo Varillas, Alejandro Rodriguez y Carlos Correa.
(Letra)
La noche cubre ya con su negro crespón,
de la ciudad las calles, que cruza la gente,
con pausada acción.
La luz artificial, con débil proyección,
propicia la penumbra,
que esconde en su sombra,
venganza y traición.
Después de laborar, vuelve a su humilde hogar,
Luis Enrique, el plebeyo, el hijo del pueblo,
el hombre que supo amar, y que sufriendo está,
esta infamante ley, de amar a una aristócrata,
siendo plebeyo él.
Trémulo de emoción, dice así en su canción:
el amor siendo humano, tiene algo de divino,
amar no es un delito, porque hasta Dios amó.
Y si el cariño es puro, el deseo es sincero,
¿por qué robar me quieren la fe del corazón?
Mi sangre aunque plebeya, también tiñe de rojo,
el alma en que se anida mi incomparable amor.
Ella de noble cuna, yo humilde plebeyo,
no es distinta la sangre, ni es otro el corazón;
¿Señor, por qué los seres no son de igual valor?
Así en duelo mortal, de abolengo y pasión,
en silenciosa lucha condenarnos quieren,
a grande dolor, al ver que un querer,
porque plebeyo es, delinque si pretende,
la enguantada mano de fina mujer.
El corazón que ve destruido su ideal,
reacciona y se refleja en franca rebeldía,
que cambia su humilde faz;
el plebeyo de ayer es el rebelde de hoy,
que por doquier pregona la igualdad en el amor.
Trémulo de emoción, dice así en su canción:
el amor siendo humano, tiene algo de divino,
amar no es un delito, porque hasta Dios amó.
Y si el cariño es puro, el deseo es sincero,
¿por qué robar me quieren la fe del corazón?
Mi sangre aunque plebeya, también tiñe de rojo,
el alma en que se anida mi incomparable amor.
Ella de noble cuna, yo humilde plebeyo,
no es distinta la sangre, ni es otro el corazón;
¿Señor, por qué los seres no son de igual valor?
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