En la lectura del Evangelio de hoy, vemos que este leproso sintió en su corazón un anhelo de acercarse a Jesús. Tomó coraje y se acercó. Pero era una persona marginada, y por lo tanto, no podía hacerlo. Sin embargo, tuvo fe en ese hombre, tomó coraje y se acercó, volviendo simplemente a su oración: "Señor, si quieres, puedes limpiarme". Dijo esto "porque estaba sucio". De hecho, la lepra era una sentencia de por vida. Y curar a un leproso era tan difícil como devolver la vida a un muerto: por eso se les marginaba. Estaban todos allí. No podían mezclarse con la gente.
Sin embargo, había también los auto-marginados. Los doctores de la ley que siempre estaban mirando con ese anhelo de poner a prueba a Jesús, de hacerlo tropezar y luego condenarlo. El leproso, sin embargo, sabía que era "inmundo, enfermo, y se acercó". Entonces: "¿qué hizo Jesús?". No se quedó quieto, sin tocarlo, sino que se acercó aún más, extendió su mano y lo curó.
Cercanía, es una palabra muy importante: no se puede construir una comunidad sin cercanía; no se puede hacer la paz sin cercanía; no se puede hacer el bien sin acercarse. Jesús podría haberle dicho: "¡Queda sanado!". Pero en cambio se acercó y lo tocó. Es más: en el momento en que Jesús tocó al hombre inmundo, se volvió inmundo. Y este es el misterio de Jesús: Él toma sobre sí mismo nuestra inmundicia, nuestras impurezas.
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