Tras la gran crisis del siglo III, Diocleciano logra estabilizar el Imperio a través de unas reformas lo convierten en una monarquía absoluta: el Dominado. Para lograr la unidad espiritual del Imperio, lleva a cabo una amplia persecución de los cristianos, que cada vez son más numerosos, sobre todo en Oriente. Cuando Diocleciano se retira, su sistema de tetrarquía se desmorona, y de las guerras civiles resultantes surge un nuevo emperador único: Constantino, que se convertirá al Cristianismo, determinando de esta manera el destino de Europa, y fundará Constantinopla, en el emplazamiento de la antigua Bizancio, poniendo las bases del futuro Imperio Oriental o bizantino.
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