En el 2000, Zygmunt Bauman publicó por primera vez Liquid Modernity. En él, hablaba de cómo las tecnologías de información estaban cambiando las estructuras y prácticas sociales fundamentales. Uno de los cambios más visibles de esto se percibe en el ámbito laboral, donde “antes” todo era estable, se tenía acceso a un empleo con posibilidad de crecimiento, contrato a largo plazo, prestaciones y donde las credenciales necesarias daban certeza en el mismo. Hoy en día, 20 años después de que Bauman acuñara el término de modernidad líquida, la idea de progreso y confianza se ha derretido. El trabajo ha dejado de ser razón de estabilidad, existe un desempleo estructural, los contratos son temporales, las prestaciones o las credenciales ya no tienen el peso suficiente para mantener esa estabilidad. Es decir, hemos pasado a un estado perpetuo de inestabilidad y precariedad.
En plano abril de 2020 atravesamos un momento muy específico que ni la caída del muro de Berlín o el colapso de los bancos en 2008, habían logrado desbaratar tan rápido. Hoy queda claro que lo que creíamos entender sobre desigualdades sociales, sistemas políticos, económicos, tecnológicos o los métodos de trabajo son lo que está en crisis. Esta pandemia nos pone a prueba, nos reta a permanecer como un sector útil para la sociedad.
Si el trabajador de la basura deja de hacer su trabajo, en dos días pasaríamos a una condición inhumana y de precariedad insostenible. Si los arquitectos dejamos de hacer arquitectura, el escenario resultante ¿es comparable?
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