Su destino cambió cuando cerca de su granja fue a retirarse un viejo senador, Valerio Flaco, asqueado de la corrupción de Roma. El patricio en cuestión creyó reconocer en aquel joven plebeyo un digno sucesor para librar por él una batalla de antemano perdida: la batalla contra los vientos de la modernidad, que por entonces soplaban de Grecia.
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