Recepción por todo lo alto en el Kremlin para el primer ministro griego. Aunque, ha sido entrar en la sala juntos y el presidente ruso, Vladímir Putin, ya iba marcando los ritmos: cogiéndole del brazo, diciéndole lo que tenía que hacer, si tocaba sentarse o firmar acuerdos de cooperación hasta que, finalmente, ha podido escuchar de sus labios lo que quería. Porque el griego ha repetido que hay que poner fin a las sanciones de la Unión Europea contra Moscú por su intervención en Ucrania. Y Alexis Tsipras sabía lo que decía: lo llevaba todo escrito. Pero ¿qué sentido tiene acercarse a una Rusia enemistada con Europa? Pues estaría el práctico. Por ejemplo, conseguir un descuento en el precio del gas ruso. Y el simbólico: es decir, dejar claro que también tiene otros amigos a los que pedir ayuda. Un mensaje directo a sus socios europeos con los está renegociando el pago de su deuda y hasta un posible tercer rescate. Doble juego de Atenas que preocupa y mucho en Bruselas, que no quiere que Tsipras arruine su estrategia común con un conflicto, el de Ucrania, en el que tanto le ha costado conseguir la unidad. Y Atenas, como recuerdan otros, tampoco debería olvidarse de que el Kremlin nunca regala nada y que, quizás, ya mira con apetito las aguas azules y cristalinas de los mares Jónico y Egeo que, se calcula, esconden unas reservas de gas y petróleo simlares a las del Golfo Pérsico.
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