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El escritor, senador e historiador colombiano Pablo Victoria ha escarbado en las otras sombras de Bolívar, y vertido sus hallazgos en varios libros. En 1813, el libertador en Ciernes confiesa que no tiene piedad con europeos y canarios. Por donde pasa, deja muerte y desolación. Hace fusilar a 69 españoles sin fórmula de juicio.
Este historiador sigue diciendo respecto de Bolivar: “... era un hombre sanguinario y que dio enormes muestras de crueldad” (...) “en la toma Sta. Fé de Bogotá permitió a sus tropas el saqueo despiadado y las violaciones de mujeres durante 48 horas”. Esto último es un hecho plenamente constatado y al mismo tiempo muy silenciado por quienes defienden a capa y espada la figura de Bolivar.
Su subalterno Juan Bautista Arismendi –con quien compartía la tragedia de haber perdido a sus esposas–, le sirve de instrumento para aplicar el llamado “Decreto de guerra a muerte”. En febrero de 1814, y por órdenes de Bolívar, fusilan en Caracas a 886 prisioneros españoles. En la orgía de exterminio caen después los enfermos en el hospital de La Guaira, cercanos a 1000.
Las referencias señalan que ante la ausencia de pólvora, la ejecución se producía con sables y picas. Las agonías se resolvían con pesadas piedras que aplastaban las cabezas moribundas.
“Por eso Castillo y Rada se referían a Bolívar y a los suyos como los antropófagos de Venezuela –señala Victoria–. Con ellos aprendieron los neogranadinos la violencia y el asesinato”.
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