Margarita recordaba el día en que su mundo feliz se vino abajo y se hizo pedazos. Aquella maldita mañana ella y su hijo desayunaban en la cocina, nada premonitorio. Demetrio iba al colegio y ella al trabajo.
Margarita era la directora de una fábrica de ingeniería, y no sólo en la fábrica, sino en todo el pueblo, era tratada no sólo como una jefa, sino como una auténtica reina. Margarita se comportaba en consecuencia: siempre con la cabeza alta, el pelo impecablemente peinado y pintado, vistiendo elegantes trajes caros. Sus subordinados temían su carácter severo y no perdonaba errores ni meteduras de pata.
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